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08Nov/13

… de romper un marco de fotos

Marco roto

Normalmente soy yo quien está sola con los niños, pero de vez en cuando es el Tripadre. Cuando esto ocurre, suele ser un viernes por la tarde o durante el fin de semana. Hace poco, se dio esta situación. Yo estaba en la cocina haciendo la comida para el Peque y el Tripadre se quedó en el salón con los tres Trastos. Desafortunadamente, tenía que estar trabajando. Suerte que tiene un portátil y, aunque esté a sus cosas, puede echarles un ojo.

Pero lo que ocurrió a continuación pudo ocurrirle a cualquiera, con o sin ordenador y trabajo de por medio. Mientras yo pelaba patatas y troceaba el pollo, oí un golpe seco seguido de un crash... algo se había roto… Pero como estaba mi marido con los niños, hice un esfuerzo por no salir corriendo al lugar de los hechos. Oí al Tripadre regañarles y después silencio, señal de que algo habían hecho mal y lo sabían, pues no habían replicado a la regañina. Me quedé tranquila y seguí a lo mío.

Al poco, se presenta el Mediano en la cocina y me dice: “mami, ¿a que no sabes qué ha pasado en el salón…?”. Miedo. Terror. Eso es lo que me recorrió desde los pies a la cabeza. Estando su padre con ellos, prefería no saberlo, la verdad. Pero no tuve tiempo para responder. Mi hijo ya me estaba dando la respuesta: “hemos roto una foto”.

Analicemos morfológicamente la oración. Hemos, segunda persona del plural del presente de indicativo del verbo haber. Lo que indica que fueron dos o más los sujetos que llevaron a cabo la acción del verbo principal. Roto, verbo principal de la oración en modo participio. De ahí el crash oído antes por mí. Una, adjetivo de orden cardinal. Indica el número de objetos rotos. Afortunadamente, está en singular. Foto, nombre o sustantivo que nos indica sobre qué recae la acción del verbo. Se puede entender como un trozo de papel con una fotografía impresa o bien como un marco de fotos. Dado el crash anterior, me incliné por esta última opción.

Todo esto pasó por mi cabeza en un segundo. Soy de letras. No tengo otra excusa. El caso es que cogí aire y le pregunté directamente: “¿lo sabe papá?”, a lo que el Mediano me contestó con un contundente sí. Tras ver tanta seguridad en sus palabras, seguí a lo mío, confiando en que el Tripadre de las criaturas ya habría tomado cartas en el asunto (recordemos la regañina) y solucionado el estropicio. Al fin y al cabo, lo que se había roto no podía ser otra cosa que cristales.

Terminada de hacer la comida, me dispuse a darle de comer al Peque, que siempre es el primero en comer para acostarse pronto la siesta. Entré al salón con el plato en la mano y, ¿qué creéis que me encontré? Pues el marco de fotos tirado en el suelo. Sin recoger. Mirándolo más detenidamente, me di cuenta de que el cristal estaba roto, aunque afortunadamente no había cristales esparcidos por el suelo. Estaban todos dentro del marco de madera. En realidad, el cristal se había rajado por varias partes. Los Mayores, digo yo que al ver mi cara, me dijeron casi al unísono: “¡¡¡ha sido sin querer!!!”.

Levanté la vista y miré al Tripadre tecleando. Él también levantó la vista y me miró. Le pregunté que cómo es que no lo había recogido ya, que eran cristales. Entonces me respondió: “para que lo vieras tú. Además, no se ha salido ningún cristal…”. ¿¿¿Cómo??? ¿¿¿Perdona??? ¿¿¿Para que lo viera yo??? Vamos, he aquí las palabras que salieron de la boca de mi marido. Pero lo que en realidad quiso decir fue mira, sí, lo han roto, pero como sólo se ha rajado y no hay cristales por el suelo con los que se puedan cortar, ya, si eso, lo recoges tú, así ves cómo ha quedado el marco de fotos. A buen entendedor…

Así que ahí me veis, dejando aparcada por un momento la comida que le llevaba al Peque y recogiendo el marco de foto. Tiré los cristales a la basura y barrí un poco el suelo, por si acaso. Aunque, la verdad, no se había salido ni una lasca de cristal. Volví a poner el marco en su sitio a la espera de poder comprar otro. Hasta la fecha, ninguna visita se ha dado cuenta de que le falta el cristal. Y yo no lo pienso decir.

CONTRAS:

  1. A veces creo que todo lo relacionado con los niños tiene que pasar por mí. Sé que no es cierto. El Tripadre se encarga de muchas cosas (como de levantarles por las mañanas los días que hay cole, vestirles, prepararles el desayuno y las mochilas). Sin embargo, en ocasiones siento que tengo que supervisarlo todo y, cosas como las que hoy os cuento, no me ayudan a cambiar mi parecer.

  2. Entiendo que él estuviera muy ocupado con sus cosas, pero yo tampoco estaba en el sofá mirando musarañas.

  3. ¿Recordáis el incidente que os conté de la pelota en la lámpara? Bueno, pues lo de hoy es otro ejemplo más de por qué no hay que jugar dentro de casa con la pelota.

PROS:

  1. He requisado las pelotas. Todas. Hasta las del Peque de tela que ni botan ni nada. Cada día tengo más claro que es mejor prevenir que curar.

  2. En defensa del Tripadre diré que normalmente está a la altura de mis expectativas y, si los trastos rompen o manchan algo en su presencia, suele recoger él el estropicio. Lo que no entiendo es cómo esta vez no lo hizo.

  3. Los marcos de fotos de esta casa, a partir de ahora, se compran de los baratitos. Ahora son sólo dos y ya nos hemos llevado más de un susto como éste. No creo que cuando el Peque se convierta en compañero de travesuras la cosa vaya a mejor. Y la economía familiar no está para excesos.

Ahora bien, lo del Tripadre es otra historia. Se me ocurren otras maneras de hacer las cosas. Por ejemplo, traer la prueba del delito a la cocina y enseñármela. Tirar los cristales a la basura y barrer un poco la zona cero tampoco lleva tanto tiempo. La regañina fue tarea suya y creo que es lo más difícil. Así que, en definitiva, no sé a quién atribuirle la mayor trastada, si a mi hijos o a su padre… ¿Vosotras qué pensáis?

16Oct/13

… del “yo no he sido”

Pelota y lámpara

Como una no es tan mala madre, tiene por costumbre bañar a su progenie. Lo que implica que en algún momento de la tarde, hay niños que se quedan solos mientras la que suscribe se mete en el baño con el tercero en discordia dejando a los otros dos completamente a su aire.

Esto me recuerda al juego ese en el que ovejas y lobos tienen que cruzar un río en barcas, pero el lobo no puede quedarse solo en ningún momento con las ovejas porque se las comería. Y así puedes tirarte un rato hasta que ovejas y lobos están a salvo en la otra orilla. Que digo yo que lo único que se consigue es un poco más de tiempo para las ovejas, pues dudo mucho que el lobo no se las zampe nada más llegar a la otra orilla.

Pero a lo que iba. Si uno de los que se queda solo es el Peque, el riesgo de que pase algo es muy reducido. Ahora bien, si los que se quedan sin vigilancia son los mayores, entonces puede pasar cualquier cosa. Hace dos días…

A veces pienso que el Peque se lleva casi siempre la peor parte. Es él quien tiene que acoplarse al horario de los otros dos (ya sea comiendo antes o despertándose de su plácida siesta). La hora del baño, que en principio debería ser tranquila, no lo es en absoluto. Pues con el temor de la que se estará liando en el salón, baño al Peque rauda y veloz y con los dedos de los pies cruzados.

Mientras le enjabono a toda prisa, oigo risas nerviosas que no presagian nada bueno. Mis peores miedos toman forma cuando, en plena embadurnación de crema del Peque (pedorreta en la tripita incluida), oigo una patada a algo blando seguida de un clink y rematada por un chirriar metálico… mi primer pensamiento es para la lámpara del salón. No he oído un pum ni un crash, así que me consuelo pensando en que probablemente no haya nada roto.

Llego al salón todo lo que el Peque, mis pies y mi temor a que se me caiga de los brazos me permiten. Veo en la cara de mis hijos una mezcla de asombro, risa floja y mirada de sí, mamá, algo hemos hecho… pero no te vamos a decir qué. Acomodo al Peque y, siguiendo mis instintos y guiándome por el ruido oído minutos antes, miro a la lámpara del salón.

Y ahí está la prueba del delito. La pelota de tela con la que juega el Peque está encima de la lámpara. Sé que no la han dejado ahí delicadamente. Lo que también sería preocupante, pues significaría que se habían subido encima de la mesa. Pero aún así, no llegarían. Así que descarto la idea. Recuerdo aquello que sonaba como una patada a algo blandito… blandito… la pelota. Ya sé cómo ha llegado hasta allí.

Me giro hacia mis hijos. Les miro. Sus miradas de nos ha pillado son para enmarcarlas. Intentando no gritar, les pregunto que quién ha sido. Segundos de silencio. Empiezo a notar el grito subiendo por mi garganta. Y entonces, como si lo hubieran ensayado, ambos contestan al unísono: “¡¡¡ha sido él!!!”, con dedo acusador hacia su hermano incluido.

Me acuerdo del episodio del ordenador y de la tele. Si algo he aprendido de aquello es que poco importa quién lanzó la pelota. Si fue lanzada es porque estaban jugando con ella los dos.

CONTRAS:

  1. En estos casos siempre me encuentro ante la disyuntiva de si regañarles o castigarles a los dos, pagando el justo por el pecador, o dejarlo pasar, yéndose de rositas el autor de la hazaña.

  2. El manido yo no he sido es un bucle infinito del que no se puede salir. Se acusan el uno al otro. Uno miente seguro, está claro, pero no hay manera de saber quién.

PROS:

  1. Llegados a este punto, ya me da igual quién lanzó la pelota. Ambos estaban jugando a algo que no debían. El Tripadre y yo les hemos repetido hasta la saciedad que en casa no se lanzan cosas (ni con la mano ni con el pie). Y ambos han ignorado esta norma. Así que opto por regañarles a los dos, haciendo hincapié en lo peligroso que es ese juego, que se pueden romper cosas que pueden dañarles a ellos. Por ejemplo, ¿qué pasaría si la lámpara se hubiera descolgado del techo y les hubiera caído encima?

  2. Les miro fijamente intentando memorizar sus caras de culpa. Quien sabe, puede que un día no muy lejano, cuando lleguen de madrugada con unas copas de más, me venga bien saber si han hecho algo que no debieran con sólo mirarles a la cara.

Mientras escribo esto, me asalta una duda. No sé si es mejor que se acusen el uno al otro o que se tapen entre sí. Para hacer honor a la verdad, después de acusarse mutuamente, el argumento del discurso cambió y dejó de centrarse en el ha sido él para ser mamá, de verdad que yo no he sido. Miedo me da cuando se les una el Peque también.