El otro fin de semana quedé con unas amigas mías. Somos amigas desde la universidad y, aunque nuestras vidas se han ido distanciando, seguimos haciendo por vernos. Y cuando nos reencontramos, nos ponemos al día y seguimos como cuando íbamos a clase. Esta última vez que quedamos, una de ellas me preguntó si me parecía bien que viniera un chico que también venía con nosotras a clase. Según me dijo, tenía ganas de conocer a mis hijos. Como me pilló desprevenida, le dije que sí, pero no entendía bien por qué alguien que, por muy amigo de mi amiga que fuera, no era amigo mío. Había sido un compañero. Tras la universidad, sólo le he visto en contadas ocasiones. Lo que a mí no me importa. Pero no deja de sorprenderme ese interés en conocer a mis hijos cuando ni él ni yo tenemos interés en vernos. De hecho, no nos vemos si no es a través de esta amiga en común.
Sigue leyendo