Hoy es el Día del padre por aquí. No voy a publicar ningún regalo, imprimible ni manualidad especial para tal día, pero creo que es el día ideal para contarte que mis Trastos le hacen más caso a Papá³ que a mí. Mientras que yo les tengo que repetir la misma cosa mil veces, a Papá³ le bastan solo dos o tres para que mis Trastos le hagan caso.
Archivos de la etiqueta: educación
… de que mi hijo quiera ser youtuber
Lo tengo clarísimo. El «mamá, quiero ser youtuber» es el nuevo «mamá, quiero ser artista». Hace unas semanas, el Mayor (de 9 años) me soltó que quería ser youtuber. Que quería tener un canal en Youtube para contar cosas. Juegos de la consola y aplicaciones de la tablet, me parece a mí, para ser como Vegetta777 y compañía. Mi hijo quiere ser youtuber. Y futbolista, claro.
… del libro «Lucía y Valentín aprenden a decir gracias»
De nuevo, gracias a Boolino, esta semana tenemos un nuevo ejemplar en el Rincón de lectura del blog. Se trata del libro Lucía y Valentín aprenden a decir gracias. Es un cuento para educar en valores, de hecho, forma parte de la colección Buenas maneras.
… de los logros infantiles del verano
Este verano, tenía unos objetivos claros para mis hijos. Especialmente para el Mediano. Eran unos logros infantiles a mi parecer, fáciles de cumplir para ellos. A finales del curso pasado ya les veía a punto de lograrlos y decidí que el verano (sin sus prisas ni rutinas rígidas) sería el tiempo perfecto para animarles a conseguirlos. ¿Quieres saber cuáles han sido los logros infantiles del verano de mis Trastos?
… de tener un hijo contestón
El Mayor tiene ahora 8 años y le quedan solo unos pocos meses para cumplir nueve. Es un niño muy espabilado, muy noble y con un gran corazón. Y ahora, también, estoy empezando a tener un hijo contestón. Da malas contestaciones a sus hermanos, a su padre y a mí. Y yo ya no sé qué hacer.
… de mis 10 señales de que estoy criando bien a mis hijos
Todas las madres nos embobamos con nuestros retoños. Se nos cae la baba cuando les vemos por primera vez. Y entonces llegan las críticas. Dudamos de nosotras mismas, de nuestra forma de educarles, de las atenciones que les damos… Pero si te fijas, hay pequeñas cosas que te dicen que vas por el buen camino. Hoy vengo a hablarte de mis señales de que estoy criando bien a mis hijos.
… de ofrecer chuches a niños ajenos
Hace unos meses, estando en la piscina con mis hijos, pasó una cosa que me gustaría comentaros porque me interesa saber si también os sucede a vosotros y cuál es vuestra reacción ante ello.
Os pongo en antecedentes: un vecino de mis padres sacó patatas fritas y se puso a compartirlas con el resto de gente (hijos incluidos) que había allí. Obviamente, ya se conocían de antes y había una relación de compadreo entre todos. Nosotros aún no conocemos a muchas de las personas que estaban por allí.
Este vecino se acercó a nosotros y nos ofreció a mis hijos y a mí las patatas. Apenas nos conocemos, aunque nos saludamos si nos cruzamos por la calle. Así que imagino que fue pura cortesía. Yo habría hecho lo mismo. Le rechacé las patatas educadamente. Él insistió. Yo le volví a rechazar las patatas educadamente y con algunos argumentos (luego no cenan, acaban de merendar…). Él volvió a insistir y al final, ante la mirada de mis hijos, no pude sino consentir. Bueno, por la mirada y porque el vecino ya le estaba acercando la bolsa al alcance de mis Trastos.
Esto también lo he vivido en la guarde. Madres que llevan chuches para dárselas a sus hijos a la salida. Y de poco o nada sirve que yo me niegue. Quizás un día lo consiga, pero al tercero ya le están dando las golosinas a mi hijo (“si no para ahora, para después” me han llegado a decir). Por cierto, así fue como el Mayor probó las chuches por primera vez con dos años.
Yo entiendo que ofrezcan. Es de buena educación. Pero también es correcto que yo me niegue. Paso por que insistan una vez más después de mi rechazo. Yo también lo suelo hacer. Pero no veo necesidad de insistir tres veces o más.
CONTRAS:
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Me parece respetable que las madres o padres les den caramelos a la salida de la guarde o del cole a los niños. Pero si yo me niego un día o dos, tampoco veo necesidad de insistir un tercer día o más.
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Esto, que parece peccata minuta, para mí en realidad es meterse en la forma de educar de otros padres.
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Incluso habiendo confianza, a mí no se me ocurriría insistir. Es lo que hago con mis sobrinos. Si les doy algo a mis hijos que mis sobrinos quieren, primero pregunto a mi cuñada. Si ella asiente, yo se lo doy. Y si dice que no, no insisto.
PROS:
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Quizás sea duro para mi hijo ver cómo los demás comen golosinas y él no. Pero también es bueno que aprenda que no siempre hay que hacer lo que otros hacen, sino lo que digan sus padres.
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Creo que es bueno para los hijos ver a sus padres no ceder. Así creo que aprenden a reafirmarse en sus propias convicciones. Pero claro, para que esto surja efecto, no vale ponerles la chuche en la mano porque los niños son niños y siempre van a tender a cogerlo.
No sé si estoy exagerando. ¿Os ha pasado esto alguna vez? ¿Os parece adecuado o molesto? ¿Cuál fue vuestra reacción? Ayudadme a ver si ando muy errada en mis apreciaciones. Quizás le estoy dando demasiada importancia.
… de los gritos
Cuando era pequeña, mi madre gritaba mucho. De hecho, ahora sigue gritando bastante, por ejemplo, cuando habla por teléfono. Así que yo me prometí a mí misma que nunca, jamás, gritaría a mis hijos. Bueno, pues es una de esas cosas que no soy capaz de cumplir. Aunque lo intento. Me levanto por la mañana y, mientras desayuno, me digo a mí misma que hoy no voy a gritar, por muy de los nervios que me pongan.
En honor a la verdad, tengo que decir que hay días que lo consigo y no pego ni un grito. Pero, haciendo honor a esa misma verdad, confieso que también hay muchos días en los que alzo la voz y, lo peor de todo, casi sin darme cuenta.
Al Tripadre también le pasa. Supongo que es algo que va con el carné de madre o padre. No es algo que me guste. No me siento orgullosa de eso. Pero intento (intentamos) ponerle remedio.
Ahora bien, lo que no soporto es que otras personas griten a mis hijos. Porque una cosa es que su padre o yo les gritemos para que hagan caso, que pasamos con ellos la mayor parte del tiempo, y otra muy distinta es que les grite alguien que sólo está con ellos a ratos y, lo más importante, no son ni su padre ni su madre.
Pero lo peor de todo, ya no es que les griten a los mayores, sino que empiezan a gritarle al Peque para que no toque según qué cosas. La última vez que esto ocurrió, el Peque se asustó tanto del grito que se puso a llorar desconsoladamente. Es muy sentío el pobre, qué le vamos a hacer.
Cuando le digo a la persona en cuestión que no grite, siempre me encuentro con la misma respuesta: “es que si no, no hace caso”. Bueno, pues hay otra manera. Te levantas, le miras (contacto visual, muy importante) y le dices porqué está mal lo que está haciendo y que no lo haga más. De acuerdo que esto no es mano de santo, vale que hacerlo de esta manera tampoco es garantía de obtener los resultados deseados, pero, sinceramente, con los gritos pasa igual.
De verdad que no entiendo esa libertad que tiene la gente (familia especialmente) para gritar a los niños de otros. A mí me da la impresión (que puede o no ajustarse a la realidad) de que estas personas creen que no sé educar a mi hijos, o que al menos no lo estoy haciendo del todo bien, y, por tanto, se sienten en la obligación de intervenir.
No me parece mal que su tía les regañe si están haciendo algo mal, pero siempre y cuando yo no haya tomado antes cartas en el asunto (por ejemplo, si no estoy en ese momento o no me he dado cuenta de lo que ha pasado). Lo que me parece fatal es que no me dé la opción de ser la primera en reprenderles. O, sobre todo, que lo haga gritándoles a las primeras de cambio.
CONTRAS:
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Como he dicho, gritar a mis Trastos es algo que intento evitar cada día. No entiendo por qué los demás tiran por el camino fácil.
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Empezar a gritar a los niños es entrar en un círculo vicioso: les gritas para que hagan caso, de manera que a la larga, si no gritas, no hacen caso. Al final, acaban acostumbrándose a los gritos y hay que buscarse otras formas. Así que, ¿por qué no saltarse la fase de los gritos y pasar directamente a buscar otras alternativas?
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Las réplicas. Es lo que peor llevo de todo. Viene mi hermana y les grita. Le digo que no les grite, que se lo diga de otra manera. Bueno, pues a pesar de ser mis hijos, siempre me tiene que contestar, lo que implica que pone en duda mi autoridad (muchas veces, incluso delante de mis hijos).
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Gritar durante todo un día suele acabar con dolor de garganta por la noche.
PROS:
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Identificado el problema, se puede poner remedio. Como digo, yo intento buscar otras formas de decir las cosas para que me hagan caso.
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A veces, pegar un grito es necesario. Por ejemplo, si van a tocar un enchufe o se empeñan en cruzar la calle solos cuando más coches vienen. A parte de casos así, creo que siempre hay una alternativa al grito.
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Sigo intentando que los demás respeten nuestra forma de hacer las cosas.
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A veces, son mis Trastos quienes me llaman la atención: “mamá, estás gritando mucho”. Me alegra que tengan esa confianza para decírmelo. Entonces yo les digo que es cierto, respiro hondo y sigo con la regañina, pero en un tono más bajo. ¿Funciona? A veces sí, otra no. vamos, lo mismo que pasa con los gritos.
No sé si vosotras sois de las que gritáis o no. ¿Intentáis ponerle remedio? ¿Qué es lo que mejor os funciona para no gritar? Deja un comentario y cuéntamelo porque hay días en que mi neurona no da más de sí y me quedo sin ideas ;-).
… de que mis hijos aprendan por ciencia infusa
Tengo tres hijos que valen un tesoro. Es más, ellos mismos son un tesoro. De su padre y mío… nuestro tessssorooo… Como dice María Isabel, son niños buenos (nobles, sin maldad), lo que no significa que se porten bien a cada instante del día. Pero ahí estamos el Tripadre y yo para educarles, decirles lo que está bien y lo que no lo está tanto, enseñarles lo que se debe hacer y lo que no se debe.
Es un arduo trabajo. Cualquiera que tenga hijos lo sabe (y quien no los tenga, supongo que se lo imagina). Y, como dice el Tripadre, aunque él pone su granito de arena, la verdad es que, al pasar mucho más tiempo conmigo que con cualquier otra persona, el mérito de sus logros (así como la culpa de sus fracasos) me lo suelo llevar yo… ¿o no…?
Desde que nació el Mayor llevo oyendo cosas como que el niño es buenísimo por comer bien o dormir una siesta de 3 horas o no llorar tras una mañana entera en el carro. Éstas son cosas en las que yo ni pincho ni corto. Porque por mucho que yo me empeñe, él no va a dormir más horas de siesta de las que le pida su cuerpo, por poner un ejemplo. Con el Mediano se repitió la historia. Y, por supuesto, con el Peque también.
Sin embargo, hay otras cosas en las que el Tripadre y yo nos hemos esforzado mucho para que aprendan y se comporten. Por ejemplo, si dicen palabrotas y les regañamos o castigamos y entonces empiezan a decirlas menos, creo que está claro que el Tripadre y yo algo tenemos que ver.
Otro caso. Me he pasado lo que llevamos de verano diciéndoles, antes de ir a la piscina, que nos vamos a casa cuando yo diga porque si no, al día siguiente no volvemos. ¿Y qué pasa? Pues que he conseguido que no pongan pegas cuando les digo que ha llegado la hora de marcharnos de la piscina.
Como esto que aquí os cuento, tengo más ejemplos guardados en la manga. Pero creo que con estos he conseguido que entendáis lo que quiero decir. Quizás me equivoque, pero me parece que está clara la labor del Tripadre y mía. Obviamente, el carácter de mis hijos influye. Eso no lo pongo en duda. Si fueran niños más peleones, a quienes les diera igual no ir a la piscina al día siguiente o quedarse sin un chicle después de decir una palabrota, nosotros, como padres, deberíamos buscarnos las vueltas hasta dar con algo que funcione para que aprendan lo que tratamos de enseñarles.
Ya lo he dicho muchas veces, esto nos funciona a nosotros porque funciona con nuestros hijos. Los padres son quienes mejor conocen a sus hijos y, por tanto, quienes mejor saben qué método de educación les conviene utilizar en función de cómo sea su hijo.
Pero a lo que iba yo hoy. El caso es que aún hay quien pone en duda esta labor pa/materna. Me explico. ¿Que el niño se va unos días con la abuela y se sale de la piscina en cuanto ella dice “a casa”? Pues eso es porque el niño es bueno y obediente de por sí, no porque yo haya tenido algo que ver. Curioso, pues aún recuerdo los pollos que me montaba el Mayor en el parque cuando el Mediano tenía apenas un año porque no quería volverse a casa.
¿Que los niños recogen los juguetes al terminar de jugar? Eso es porque son así, tienen esa naturaleza. Que yo me pase horas repitiéndoles que hay que guardar las cosas después de jugar con ellas porque si no el próximo día que vayan a buscarlas no sabrán dónde las han puesto y, por tanto, no podrán jugar con ellas, tampoco tiene nada que ver. Es que ellos son así.
CONTRAS:
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Como madre, no espero que nadie me haga la ola por educar y enseñar a mis hijos. Es mi labor. Es mi trabajo. Tampoco exijo que nade me reconozca dicha labor. Es más, yo creo que se le presupone a cada padre y madre. Ahora bien, tampoco quiero que nadie desmerezca mi esfuerzo.
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Si se me ocurre decir que eso se lo hemos enseñado su padre o/y yo, muchas veces me encuentro con la siguiente contestación: “anda, eso es porque el niño es así, que si no, por mucho que tú le dijeras, ¿crees que él iba a recoger los juguetes/salirse el agua/dejar de decir palabrotas/etc.?”. La cara de estúpida que se me queda debe de ser todo un poema. En ese momento me doy cuenta de que, por mucho que yo diga, es una batalla perdida de antemano para mí.
PROS:
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Aun con todo esto que hoy os cuento, nadie me quita la satisfacción de ver a mis hijos aprender a diferenciar lo que está bien hecho de lo que no. Para mí no hay mejor recompensa que ésa.
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He aprendido que, muchas veces, ante tales comentarios, es mejor hacer oídos sordos porque, si no, tendría que mandar a la mierda a más de uno o morderme la lengua y no estoy por la labor de hacer ninguna de estas dos últimas cosas. Por mi salud mental.
No sé si vosotros también os habéis encontrado en situaciones así. Pero, si es el caso, me encantaría que me las contarais y cuál es vuestra reacción ante ellas. Lo mismo me dais alguna idea ;-).
… de cruzar en rojo
Con la entrada de hoy, me sumo a la campaña de La orquídea dichosa para no cruzar los semáforos en rojo, al menos cuando haya niños delante, propios o ajenos. Para poner mi granito de arena, voy a contaros lo que me pasó el otro día cuando volvía del colegio con mis Trastos.
Yo siempre que voy con mi hijos cruzo por los pasos de peatones y, si hay semáforos, espero a que el monigote se ponga en verde para cruzar. Cuando voy sola, también suelo hacerlo, aunque algunas veces reconozco que no lo hago si voy con prisas (y esas veces es cuando me siento súper intrépida, jajaja). Como ahora tengo hijos, si tengo la tentación de cruzar y veo que hay niños esperando también, me paro y no cruzo. Me sale solo. Sé lo importante que es predicar con el ejemplo, tanto para mis hijos como para cualquier niño, pues entiendo que sus respectivos padres estarán, como yo, educándoles en ese aspecto.
El caso es que hace unos días, volvía con mis hijos y, al llegar a un semáforo, el monigote estaba en rojo. No venía ningún coche. Era consciente de que podríamos haber cruzado sin problema. Pero como iba con mis hijos (uno de ellos en un carrito), decidí no cruzar y respetar el semáforo. En ésas estábamos cuando apareció un hombre, miró a ambos lados, dedujo que era seguro cruzar y cruzó.
La cara de mis hijos era un poema: ojos abiertos al máximo, veían al muñeco en rojo y al hombre cruzando. En seguida empezaron a gritarle: “¡que está en rojo! ¡No se puede cruzar! ¡Eso está mal! ¡Fatal!”. Yo podría haberme muerto de vergüenza por la reacción de mis hijos… quizás hace unos años, pero hoy por hoy no. Era ese hombre quien debería avergonzarse. Sin embargo, no lo hizo. Aún iba cruzando la carretera cuando se volvió a mirar a mis hijos, sonrió y dijo que él podía hacerlo porque era mayor. ¿En serio? ¿Puede saltarse las normas por ser adulto? O_O
Ésa no es la lección que yo quiero enseñarles a mis hijos. Cuando el hombre ya se había ido, mis hijos se volvieron hacia mí.
– Lo ha hecho mal, ¿verdad, mamá?
– Sí, lo ha hecho muy mal.
– Pero dice que puede porque es mayor.
– Sí, es mayor, pero aun así lo ha hecho mal. Tenía que haber esperado a que el muñeco se pusiera verde, como nosotros. Si hubiera venido un coche, le hubiera pillado, por muy mayor que sea. Si vamos andando, hay que esperar a que el muñeco se ponga verde. Siempre.
– Entonces, ¿nosotros lo estamos haciendo bien?
– Sí, nosotros sí lo hemos hecho bien. Él no.
No pude si no sentirme orgullosa de mis hijos.
CONTRAS:
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Es un rollo esperar en un semáforo en rojo cuando ves que no vienen coches. Más aún si tenemos prisa.
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Como aún voy con carrito y como con el Mayor tuve dos malas experiencias en las que por poco no se llevan a mi hijo por delante (los hay muy listos al volante), aunque esté en verde, siempre espero a ver parado el coche del todo. Esto lo hago tanto en semáforos como en pasos de cebra. Si esperar a que el semáforo cambie es un rollo, esperar más tiempo a que el coche se detenga es más rollo.
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Es difícil educar a los niños, en cualquier aspecto (civismo, buenos modales, respeto, tolerancia…).
PROS:
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Ahora mis hijos van conmigo y si yo digo que hay que esperar, esperamos. Pero quiero pensar que estoy (estamos) asentando las bases para que lo hagan bien cuando llegue el momento de que vayan solos por la calle.
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¿Conocéis el dicho que reza “fíjate en lo que digo y no en lo que hago”? Pues con niños no vale. Hay que predicar con el ejemplo. Siempre. El hecho de ser adultos no vale como excusa.
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Educar es difícil, sí, pero también es reconfortante cuando ves que tu esfuerzo ha dado sus frutos y tus hijos saben cuándo algo está bien y cuándo está mal.
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La reacción de mis hijos le hizo gracia a aquel hombre. Pero tenían toda la razón del mundo. Si reaccionaron así, eso significa dos cosas. Una, que saben cuándo hay que cruzar y dos, por tanto, no lo estoy (estamos) haciendo tan mal ;-).
Así que, por favor, recordad que en rojo no se debe cruzar, sobre todo si hay niños delante, da igual que sean los tuyos propios o sean niños ajenos. En rojo no, por favor, así evitaremos sustos innecesarios, heridas (da igual si son leves o graves) y, en los casos más extremos, muertes.