Hace unos meses, he empezado a hacer fitboxing con mi hijo el Mayor. Puede que esta palabreja te suene raro, no te apures, a mí también me pasó al principio. Yo había oído hablar del kickboxing o, simplemente, de boxear, pero no del fitboxing. Buscando la diferencia en Internet, leí que el kickboxing era básicamente y resumiéndolo mucho (si hay algún experto por aquí en este deporte, que me perdone), un uno contra uno. Mientras que el fitboxing, era uno contra el saco de boxeo.
Pero antes de continuar, déjame ponerte en antecedentes. El Mayor llevaba ya tiempo diciéndonos que quería hacer algo de deporte. Descartado el fútbol y otros deportes de equipo, cerca de casa no había muchas opciones más. Hay un gimnasio y el Mayor nos dijo en alguna ocasión que le apetecía probar. Pero Papá³ y yo le conocemos lo suficiente como para pensar que era más que posible que se apuntara y al poco tiempo dejara de ir.
Así que le insistimos en que empezara haciendo algo de deporte en casa, ya que tenemos algo de material para ello. En concreto, tenemos una cinta para correr, comba y juegos de pesas. Si a esto le sumas la cantidad de vídeos de deporte en casa que se pueden hacer, no parecía tan mala idea. De hecho, yo llevo ya unos años corriendo en la cinta y casi un año levantando mancuernas, además de haciendo varias series de ejercicios. Le pregunté varias veces si le apetecía hacer algo conmigo en casa… pero siempre se negó.
Al final, el Mayor empezó él solo, pero no fue nada constante. Así que lo dejó. Por ellos pensamos en que se apuntara finalmente al gimnasio. En esas estábamos cuando vimos cerca de casa un local de fitboxing que ofrecía una oferta para probar una clase. Yo sentía curiosidad por aquel tipo de deporte. Pregunté para ver si el Mayor podría apuntarse también. Y así fue, a partir de 14 años no había problema. Le propuse la idea al Mayor y pareció llamarle bastante la atención. A la semana siguiente allí estábamos los dos, con las vendas y guantes de boxeo dándole al saco al ritmo de la música.
De camino a casa de aquella clase de prueba, el Mayor me dijo que quería apuntarse para ir todas las semanas. A mí también me había gustado y le pregunté si le importaría que fuésemos juntos. Con sus quince años no me hubiera extrañado nada que me dijera que prefería ir solo, la verdad. Pero a él le gustó la idea que fuéramos los dos. Y de esto hace ya tres meses.
CONTRAS:
Como vamos juntos, nos tenemos que coordinar. Algún día hemos tenido que cambiar la clase porque el Mayor tenía un examen, por ejemplo.
La obligación. Esto fue algo que le dejé muy claro al Mayor: hacer ejercicio en casa no cuesta nada, lo haces o no, pero no pagas una cuota por hacerlo. Una vez apuntado, tenía que ser constante y tomárselo en serio. Nada de no me apetece ir o cosas parecidas. Afortunadamente, se lo ha tomado muy en serio.
PROS:
Agradezco enormemente todo el tiempo que he pasado en casa haciendo ejercicio por mi cuenta porque eso me ha permitido que mi hijo no me dé auténticas palizas y me deje a la altura del betún en las clases, ja, ja, ja…
Ejercicio a parte, lo que más me gusta es el rato que pasamos los dos juntos. El camino de ir y el volver, los dos solos, vale oro para mí. Hablamos de muchas cosas, sin interrupciones. Es nuestro momento de confidencias y no te imaginas cuánto lo disfruto.
En la clase, el saco registra los golpes y puntúa en función de la intensidad y el ritmo del golpe. Por ello, el Mayor y yo tenemos un pique y siempre estamos viendo quién ha sido mejor que el otro. Esto nos motiva mucho a los dos y además nos permite ver si vamos mejorando. Y yo estoy orgullosa de que me gane mi hijo (aunque alguna vez también le he ganado yo, no te vayas a creer que me deja siempre por los suelos, je, je, je…).