A finales del curso pasado, con sus quince años recién cumplidos, tuvo lugar un acontecimiento importante en nuestra familia: la primera salida a una discoteca de mi hijo el Mayor. Otra sorpresa que nos ha traído la adolescencia y que, aunque yo ya la estaba esperando, la verdad es que yo no estaba muy preparada para esta primera vez.
Te voy a poner en antecedentes. Nosotros vivimos en un municipio del sur y el Mayor tuvo a bien irse a una discoteca en pleno centro de Madrid. Así, para empezar. Nada de un primer contacto con discotecas de aquí o municipios de alrededor. No. Él se estrenó por la puerta grande. Y a mí este detalle me parecía muy importante. Qué quieres que te diga, que lo mismo da igual, pero que fuera a Madrid a mí me ponía aún más nerviosa.
También tengo que aclara que él fue a una discoteca light, de esas para adolescentes de 14 a 18 años. Y esto es muy importante porque quiere decir que, entre otras cosas, no está permitido vender alcohol en la discoteca. Además, hay que sacar entrada. Por lo que el aforo también está controlado. Vale, vale… punto a favor de la discoteca. Pero seguía siendo una grande: el Teatro Barceló.
Todo surgió porque se acababa el curso y el Mayor y sus amigos rondaban ya casi todos los 15 años. Algunos de sus amigos ya habían estado en esa discoteca y, como final del curso, les pareció buena idea despedir así las clases. Y, a ver, con todas las asignaturas aprobadas (sin recuperaciones de por medio) y yendo con sus amigos (a algunos los conocemos desde que tenían tres años), decidimos darle permiso.
Alguna vez tenía que ser la primera. Además de que ya está en la edad. Lo sé, lo sé… pero mis miedos seguían ahí. Pero claro, es que, si lo pienso, sé que van a estar ahí siempre. Qué complicado se me hace verles salir solos. Me pasó cuando empezaron a ir solos a por el pan y me pasó con la discoteca y sé que me va a seguir pasando toda la vida. Pero no quería que mis miedos y mis angustias le cortaran las alas. Así que sí, el Mayor se fue a la discoteca. Papá³ lo lleva mejor que yo, tengo que confesarlo. No es que a él no le asuste, pero tiene otra visión y, a pesar de sus miedos (que también los tiene, claro), lo lleva bastante mejor que yo.
El caso es que, al ser una sesión light, el Mayor y sus amigos solo iban a estar allí unas horas, de seis de la tarde a diez de la noche. Y tanto a la ida como a la vuelta le llevó su padre en coche. Así que, por ese lado, yo estaba algo más tranquila. Pero vaya cuatro horas que pasé. ¿Cómo es posible que quince años hayan pasado tan rápido y cuatro horas se me hicieran tan tremendamente largas? Supongo que es «la magia de la maternidad». Ains… Pero te lo voy a resumir: su madre pasó ese tiempo angustiada, Papá³ estuvo haciendo bromas todo el rato y al Mayor se le pasó en un suspiro y se lo pasó tan bien que está deseando volver el año que viene.
CONTRAS:
No te voy a contar toda la clase de (malos) pensamientos que se me pasaron por la cabeza, no solo el rato que el Mayor estuvo en la discoteca, sino también los días antes. Pero no eran ninguno bueno.
Insisto en lo de que su primera vez fuera en una discoteca ligth de Madrid. A mí me da mucho respeto. Además de que me consta que hay discotecas así más cerca de casa. Yo solo pensaba en cuánto tiempo tardaríamos en llegar desde casa si tuviéramos que salir corriendo a recogerle.
No ha vuelto a salir a discotecas desde entonces, pero sé que llegará un momento en el que sea algo habitual de sus fines de semana.
PROS:
Salió, se divirtió y volvió a casa sano y salvo. No contó mucho, la verdad, pero sabemos que se lo pasó genial.
Papá³ supo cómo quitarle hierro al asunto y, por tanto, hacerme más llevaderas esas horas.
Ahora que todo ya ha pasado y todo salió bien, me alegro de que el Mayor lo hiciera. La pandemia y el confinamiento le pilló justo cuando él estaba empezando a salir con sus amigos. Y es como si todo acabara de golpe porque, desde entonces, aunque sale de vez en cuando, no es algo que haga a menudo.