Ahora que hemos pasado las vacaciones de verano, puedo afirmar con conocimiento de causa que el sueño en la adolescencia no es un mito. Un día te tiras de los pelos porque tu peque se levanta cada día más temprano y, al día siguiente, te desespera que tu adolescente duerma hasta tarde. He podido comprobarlo con el Mayor, a quien este año más de una vez casi se le ha juntado el desayuno con la comida.
Cuando yo era adolescente, no recuerdo haberme despertado tarde. Siempre he sido más una persona madrugadora que nocturna, es cierto. Pero también es verdad que, entre mis recuerdos veraniegos, está mi madre levantándome sin miramientos por muchas vacaciones que yo tuviera. Y no es algo que me gustara. Recuerdo pensar que ya madrugaba bastante el resto del año. Sin embargo, en defensa de mi madre diré que ella lo hacía con toda su buena intención porque, en verano, las mañanas son más frescas y se prestan más a hacer cosas que no cerca de la hora de comer.
Aquello tuvo que marcarme (o quizá es que yo estoy hecha de otro pelo), pues no me gusta despertar a nadie. Ni a mis hijos cuando eran bebés, ni a Papá³, ni ahora a mi adolescente. Pero claro, al hacer esto, me he visto muchos días mirando el reloj a las once de la mañana esperando que el Mayor se levantara solo. Y algunos días, al no realizarse tal proeza por parte del primogénito, verle despegar el ojo a eso de las doce de la mañana. Lo que quizá no tendría mayor importancia si no fuera porque en casa, gracias al horario europeo de trabajo de Papá³, comemos más cerca de la una de la tarde que de las dos (o las tres) tan nuestra.
Pero más allá de la hora de comer, hay otro efecto colateral. Cuando el Mayor se levantaba, con la parsimonia que se traía, se le iba el rato en desayunar (o, en su defecto, tomar algo ligero por la proximidad de la hora de la comida). Con lo que apenas le quedaba tiempo para hacer sus correspondientes tareas en casa. Mientras que sus hermanos llevaban ya sus buenas horas levantados y les había dado tiempo a hacer de todo: tareas de casa, tareas de repaso del cole, algo de lectura y hasta jugar o irse a la piscina (según el día).
Según se ha acercado la fecha de inicio del curso, me he forzado a levantarle algo antes o, al menos, a no cuidar tanto el ruido o no que hago en casa. Aunque me temo que volverá a sus viejas costumbres los fines de semana y días de fiesta si le dejo que se levante cuando él quiera. Y, si no, al tiempo.
CONTRAS:
Cuando he dicho que el Mediano y el Peque hacían su parte, no creas que era sin rechistar. Qué va. Lo hacían quejándose todo lo que podían y, cuando veían que el lamento no les iba a salvar de hacer sus tareas, arremetían sin contemplaciones contra la hora que tenía el Mayor de levantarse.
La verdad es que yo no sé si hago bien o no dejándole dormir, pues he leído en muchos sitios que esto de dormir como si no hubiera un mañana es normal en la adolescencia. Por lo que es bueno dejar que los adolescentes duerman lo que su cuerpo considere.
PROS:
Voy a reconocer, aunque más tarde me toque negarlo, que la ausencia del Mayor por las mañanas ha traído un poco de paz a casa. En un verano donde las discusiones entre mis hijos se han vuelto más intensas y constantes que otros años, quitarle un factor a la ecuación de tres, ha relajado el ambiente al menos durante unas pocas horas.
¿A ti también te descoloca que tu hijo adolescente duerma hasta tarde?
Fotografía de Vladislav Muslakov.