Desde que cerraron los coles y empezamos el confinamiento (hace hoy ya 70 días), los deberes han sido inevitablemente incluidos en nuestra rutina del día a día. Al principio, como no se sabía hasta cuándo duraría esta situación, eran más ejercicios de repaso y he de reconocer que en casa nos lo tomamos con calma. Pero cuando se supo que no iban a volver al cole hasta septiembre, empezaron a apretar. Y esta es nuestra experiencia en lo referente a hacer los deberes en cuarentena. Dime si te identificas con lo que pasa en mi casa a la hora de hacer esta tarea escolar.
Para empezar, mis hijos eso de despertarse pronto se lo toman tranquilamente. Y la verdad es que tampoco les despertamos. Lo que más le gusta al Peque de estar en casa es no tener que madrugar. Y, la verdad, con lo largo que se hace luego el día, no hay prisa por levantarse. Así que, entre que se levantan y desayunan tomándose su tiempo (quizá demasiado), les suelen dar la diez de la mañana. A esa hora empezamos. Revisión diaria de todas las tareas que han mandado desde el colegio.
El Mayor se apaña solo y casi no necesita supervisión. Claro que él está en 1º de la ESO. El Mediano sí que necesita que estemos ahí porque manda las tareas por Classroom y a veces se lía, se cree que las ha mandado pero no y cosas por el estilo. Con el Peque sí que tenemos que ponernos Papá³ o yo para irle imprimiendo las fichas, hacer las fotos y mandarlas de vuelta.
Vaya, según escribo esto parece todo muy idílico: tareas que llegan y se entregan sin problema, niños que se ponen a su hora a hacer los deberes y aquí paz y después gloria. Pero no. Es cierto que el Mayor tiene algo más asimilado que tiene que ponerse con las tareas del cole, aunque también es cierto que él tiene bastantes clases online, por lo que no le queda otra que apechugar y ponerse con el ordenador. Sin embargo, hay días, como hoy, que tiene una clase virtual a las nueve de la mañana y se queda dormido y se la pierde.
Al Mediano y al Peque tenemos que insistirles mucho o bastante, según el pie con el que se hayan levantado ese día. No sale de ellos mirar qué tareas tienen para ese día sin protestar. Y ya no te digo nada de sentar el culo en la silla para ponerse a hacerlas. Además, cuando por fin el culo toca la silla, casualmente les entra una sed tremenda o muchas ganas de ir al baño. Tan fuertes son estas necesidades fisiológicas de mis hijos que no pueden terminar de escribir la frase o de sumar 18 más 3 porque o bien se mueren de sed o bien se lo hacen encima. No lo digo yo, lo dicen ellos.
Y entre deberes y deberes, vaso de agua y carrera al baño; están los grupos de clase del Whatsapp, que no descansa ni en cuarentena. Mensajes diciendo que el enlace que han mandado desde el cole para hacer los deberes no funciona, que el vídeo para repasar el tema de Sociales da error, que en la ficha de Música no se entiende qué hay que hacer, que la contraseña de Zoom para la clase virtual aparece como incorrecta y mil cosas más.
Luego, tema a parte son los exámenes. El Mayor empezó a hacerlos casi desde el principio del confinamiento porque él estaba ya acabando el segundo trimestre y le tocaban a mediados de marzo las semanas de exámenes. El Mediano empezó a hacer exámenes alrededor de un mes de estar ya en casa. Sin embargo, el Peque ha empezado ahora, después de saber que no volverían a las aulas hasta septiembre. Y esto también ha sido una batalla a pulso. Para empezar, el Mayor no entendía (o no quería entender) por qué no podía hacer el examen (algo como un documento de Word o formulario de Google) con el libro al lado. Tócate las narices. Así que cuando el Mediano empezó a hacer sus exámenes, visto la que se lió en casa con su hermano, tenía ya claro que, para los exámenes, el libro había que guardarlo. Con el Peque no hay problema porque ya sabe que el libro no se mira.
Papá³ se encarga de explicarles las cosas de Mates y Naturales que no entienden y yo me encargo de Lengua. Y el resto de asignaturas nos las repartimos para explicarlas como podemos. El otro día estuve explicándole al Peque cómo eran los eclipses con tres piedras y una linterna. Papá³ se pone con la pizarra y empieza a dibujar ángulos para que el Mayor entienda el tema de Matemáticas.
Y así vamos pasando los días. Las tardes nos las tomamos más tranquilamente porque, por lo general, suelen acabar sus tareas por la mañana. Pero si algo se queda por hacer, también les toca ponerse un rato por la tarde. Los fines de semana suelen ser de desconexión total. O, dicho en otras palabras, es el tiempo de la consola y de YouTube. Los días pasan a ser descompuestos en tercios para que cada uno tenga su rato de vicio con la pantalla. Los turnos los deciden y establecen ellos. No sé si aprenderán en qué consiste hacer octavos de un total, pero lo de los tercios lo bordan. ¡Anda que no saben lo de dividir entre tres!
CONTRAS:
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Hay días en que todo es un caos. Se juntan tareas nuevas con otras que pensábamos que estaban hechas pero que no se enviaron correctamente y con el hecho de que a veces a mis hijos les cuesta horrores centrarse para hacer los deberes.
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A todo esto, Papá³ y yo estamos haciendo otras cosas (trabajo, casa…) y, en ocasiones, parece que todo esto nos supera.
PROS:
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Aunque tengan varias tareas del cole para hacer en un mismo día, lo cierto es que son llevaderas. No son excesivas y, dada la forma que tienen de hacer los exámenes, tampoco están apretando mucho en ese sentido (normal si piensas que hay familias sin ordenador en casa, conexión a Internet o sin impresora).
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Siempre he afirmado que lo que peor llevo del verano es el calor, no que los niños estuvieran todo el día en casa. Pero claro, nunca tuve ocasión de ver si estaba en lo cierto. Hasta ahora. Con la cuarentena he comprobado que, efectivamente, tener todo el día a mis hijos en casa no me cansa (no especialmente, porque a veces juegan juntos pero otra se tiran los trastos a la cabeza y me agobio bastante).