Este verano me he hecho la valiente. Como Papá³ ha tenido pocas vacaciones este verano (una sola semana en la que nos fuimos a la playa), hemos aprovechado uno de sus viajes para irnos con él. Pero claro, Papá³ estuvo trabajando y quedarnos mis Trastos y yo esperándole en el hotel no se me antojaba la mejor opción. Así que la solución fue hacer turismo con los niños yo sola ¡por Luxemburgo!
Aún no sé cómo me metí en tal berenjenal. Yo no conocía el país, el inglés lo tengo medio olvidado y el francés aún más. Y estaría yo sola para manejarlos a los tres (ahora entiendo por qué Sauron creó el anillo de poder, para dominarlos a todos; ja, ja, ja…). Si tienes dos o más peques y alguna vez te has visto desbordada estando sola con ellos, seguro que sabes a lo que me refiero.
Pero, oye, que me lancé a la piscina y nos recorrimos media ciudad viendo un montón de cosas. Mis Trastos acabaron encantados, cansados y algo desquiciados también. Aunque para desquiciada yo, especialmente a partir de las seis de la tarde. Sobre esa hora solía llegar Papá³ y ahí ya equilibrábamos las cosas, sí, pero el peso del día sola con mis Trastos lo llevaba ya sobre mis espaldas. Como decía, en cuanto llegaba Papá³ mi frase estrella era «díselo a tu padre». Papá³ venía con ganas de vernos y su reserva de paciencia con los Trastos estaba palpablemente más llena que la mía.
Yo siempre intentaba coger el autobús y completar hasta el destino andando. Y esto requiere cierta planificación. Ya fui con los deberes hechos de casa y, además, todas las mañanas, antes de salir, me hacía las rutas en el móvil y marcaba los sitios que quería visitar ese día. Y esto fue fundamental porque, cuando tienes a tres miniseres preguntando a dónde vamos, cuánto queda o informándote de lo cansados o lo sedientos o lo hambrientos que están, necesitas tener claro por dónde tienes que ir para no acabar todos perdidos.
Pero no todo el mérito es mío. Qué va, lo comparto con la ciudad de Luxemburgo, que es muy turística y las indicaciones son bastante claras. Que la mayoría de sitios que visitamos estuvieran relativamente cerca también ayudó. Otra parte del mérito lo comparto también con el Mayor, quien estuvo bastante pendiente de sus hermanos, especialmente del Peque, que iba como Pedro por su casa y se alejaba de nosotros cada dos por tres (para taquicardia de su sufrida madre -servidora-).
Lo que no ayudó mucho fue que nos pilló la ola de calor y estuvimos a unos «agradables» 34º C. Quizá se te antoje una temperatura estupenda considerando que es verano, pero es que la gente de allí nos decía que no solían pasar de los 30º C en verano. Llevo mirando la temperatura en la ciudad de Luxemburgo todo el verano y lo máximo son 28º C… salvo los días que estuvimos nosotros. Tócate las narices.
Te diré también que allí comen bastante pronto (sobre las 12-12:30 h), así que lo que hacía es que salía con mis Tratos sobre las 9 de la mañana, hacíamos turismo hasta las 12 h, cuando empezábamos a buscar un sitio para comer. Después de comer, sobre las 14 h o incluso antes, volvíamos a la calle a seguir visitando sitios y a las 16 h solíamos coger el autobús que nos llevaba al hotel. Y allí esperábamos a Papá³. Cuando llegaba, estábamos un rato todos juntos, contándole qué habíamos hecho y qué habíamos visitado ese día y también enseñándole los vídeos y las fotos que habíamos ido haciendo. Y a las 20 h ya había que volver a pensar en cenar.
Como ves, mi día de turista con niños sola acababa en la sobremesa española. Así que supongo que tampoco tengo de qué quejarme. Pero es estresante intentar ver cómo llegar a un sitio mientras tienes que poner orden entre tu descendencia, empeñada en que es una tragedia que uno le haya rozado al otro o que el de más allá se haya puesto al lado de mamá, usurpándole el sitio a uno de sus hermanos. Sin olvidar echarles un vistazo a todos para asegurarte de que no has perdido a ninguno entre todo el jaleo del momento.
Pero, a pesar de todo, reconozco que fue toda una experiencia que me sirvió para darme cuenta de que puedo hacer cosas sola con mis hijos, a pesar de que ellos sean tres y yo solo una. Mi inglés no lo tenía tan olvidado como yo pensaba (el francés sí) y, además, hay bastante gente dispuesta a hacer el esfuerzo de entenderte. Fui capaz de no perder a ninguno de mis Trastos y, lo más importante de todo, ninguno salió herido y todos regresamos a casa sanos y salvos. Eso sí, unos más cansados que otros.
CONTRAS:
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Papá³ no pudo acompañaros en esto de hacer turismo. Pero eso ya lo sabía antes de irnos. Así que resulta que ahora nosotros conocemos más Luxemburgo que él, ¡pobrecito mío! Ja, ja, ja…
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Trasladar las discusiones típicas de todos los días a una ciudad extraña con un idioma que no era el mío me agobió bastante. Cuando el Peque se enfada suele querer estar solo y, si estamos en la calle, separarse un poco del resto. Y esto me atacaba los nervios.
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Al estar yo sola, uno de mis mayores miedos era que alguno se perdiera. Mis Trastos saben que deben buscar un policía o, en su defecto, una madre con sus hijos, para decir que se han perdido, pero no creía que el Peque fuera capaz de hacerse entender porque solo se sabe unas pocas palabras en inglés.
PROS:
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Fuimos capaces de visitar un montón de sitios, como el Museo de Historia Natural donde mis hijos alucinaron y disfrutaron a partes iguales. Y eso que los textos estaban en francés y en alemán y apenas entendimos nada; je, je, je…
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El móvil fue mi gran aliado (junto a una buena mochila y varias botellas de agua). Tanto por las aplicaciones para moverme (tipo mapas y demás) como por las webs de los sitios para visitar, donde estaba todo perfectamente explicado (incluido el transporte para llegar).
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Es cierto que mis Trastos tuvieron sus peleas habituales e inevitables, pero también lo es que ya tenían la conciencia suficiente como para darse cuenta de la situación. Así que, peleas a un lado, ellos también pusieron de su parte para intentar llegar a los sitios y no apartarse de mí para no perderse.
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Cuando volvimos a casa y me senté tranquila, me di cuenta de había sido capaz de hacer turismo con los niños yo sola, en un país extranjero y en un idioma que no dominaba. Me dio un subidón de autoestima maternal que no veas. ¡Soy capaz de hacer más cosas de las que pienso!