Cuando iba al instituto (a aquel ya lejano B.U.P.), había una prueba en la clase de Educación Física (pobre de aquél que llamara a esta asignatura “gimnasia”) que odiaba con toda mi alma. El test de Cooper. Teníamos que correr 15 minutos y la resistencia nunca fue mi fuerte. Prefería mil veces intentar tocarme la punta de los pies con las manos mientras intentaba no flexionar las rodillas o hacer abdominales… incluso saltar al potro era mejor que correr.
Acababa agotada, asfixiada, con la sensación de ser una pelota humana. De nada servía irme a “andar rápido” con mi padre. Acababa echando los higadillos. Para mí, ese trimestre era el peor con diferencia. ¿Lo mejor de C.O.U.? Que no había Educación Física.
Así que, cada vez que he pensado en hacer algo de ejercicio, como comprenderéis, correr siempre era una idea que descartaba. Ni siquiera eso. No podía descartarla porque ni siquiera la tenía en cuenta. Cualquier cosa menos correr. Sin embargo, sí que he salido a andar muchas veces. Sobre todo en mis embarazos.
La decisión
Ahora está de moda eso de ser runner, vamos, lo que es correr de toda la vida. No sé qué diferencia habrá entre esto y el jogging de antes, pero a mí me parece todo lo mismo: correr. Por tanto, siempre descartaba cualquier cosa que implicara ese tipo de ejercicio, se llamara como se llamara.
Pero resulta que este año, bueno, este comienzo de curso, con el Peque en la guarde y unas pocas horas sólo para mí, me propuse hacer algo de ejercicio, moverme más allá de perseguir a uno de mis hijos para meterle en la bañera o evitar que se estampe contra la puerta del salón en una de sus carreras. Obviamente, mi primer pensamiento fue para el gimnasio. Pero lo descarté pronto: ni quería pagar todos los meses ni quería tener un horario fijo. Si hoy no hago ejercicio porque las circunstancias me lo impiden, no quiero tener que esperar al próximo día si puedo hacerlo mañana.
Con estos pensamientos, sólo veía una salida: empezar a correr. ¿En serio? ¿Yo? Momento descojone de mí misma. El caso es que durante todo el verano empecé a concienciarme. Al parecer sólo necesitaba un par de buenas zapatillas para correr y poco más. Había leído por Internet muchos casos de mujeres que habían conseguido hacerlo. ¿Por qué no yo? Empecé a imaginarme sola por el parque, con el aire en la cara, la poca melena que me queda al viento, corriendo alegremente al lado de los patos y los conejos (sí, en mi parque hay conejos)… y asfixiada, corriendo cual pato mareado, con todo el mundo pasándome por el lado… Ojo que he dicho “todo el mundo” y no sólo los corredores.
Pensé que si he sido capaz de amamantar a mis tres hijos en público, con la consiguiente sacada de teta y atisbo de pezón; no podía dejar que la visión de mí misma corriendo en plan torpe me echara para atrás. Usé mi cumpleaños para hacerme con el equipo: unas zapatillas; un sensor de esos que miden el pulso, la distancia y la velocidad (entre otras cosas más); un sitio para llevar el móvil; y algo de ropa para correr (como unas mallas con un bolsillo para poder meter las llaves). Me descargué una aplicación gratuita en el móvil y ya me sentí preparada.
Cómo empecé
Soy realista. Mi primer impulso no fue salir a correr. Decidí empezar andando. Aunque a paso ligero, eso sí. ¿Mi meta? Una hora de reloj. Es decir, al menos 60 minutos andando. Descartado el tiempo que tardo en prepararme y salir a la calle. Descartados también los estiramientos de después. Una hora dando pasitos. Y decidí también que saldría tres días a la semana si el tiempo lo permitía.
Y así empecé. Andando. Viendo pasar a los corredores más expertos. Esos que corren sin abrir la boca, tranquilamente, como si estuvieran dando un paseo. Esos sin apenas grasa en su cuerpo. No os mentiré: me sentía ridícula.
Al cabo de unas cuatro sesiones andando, decidí hacer un poco de carrera. Había leído que lo mejor era hacer series en plan dos minutos corriendo uno andando o similares. ¿Dos minutos? ¿En serio? ¡10 segundos y espera que no me ahogue! Mis malos recuerdos del test de Cooper volvían a mi mente una y otra vez. Opté por pasar de las series. Lo que hice fue empezar andando y, cuando llevaba media vuelta al parque, empezaba a correr. Cuando me asfixiaba, paraba y seguía andando. Estuve así otras tres sesiones.
Esos días acabé exhausta. Llegaba a la cama completamente agotada. Una vez entraba por la puerta de casa lo único que me apetecía era meterme en la cama o tirarme en el sofá. Pero con mis hijos ya imaginaréis lo totalmente inalcanzable que era esa idea. Y no nos olvidemos de las agujetas que tenía en todo el muslo de la pierna, entre la rodilla y la ingle. Entiendo que las tuviera en las piernas, ¿pero por qué las tenía también la ingle? Vamos, que más que salir a correr parecía que había hecho otra clase de ejercicio… 😀
Mis primeros resultados
El caso es que este pasado lunes, día 6 de octubre, volví a salir después de haber estado todo el fin de semana reposando mis piernas (en la medida de lo posible, jejeje). No iba muy motivada, la verdad. Pero pensaba que, por muy mal que se me diera, siempre sería mejor que no hacer nada.
Empecé como siempre: andando. Me hice una pequeña carrera y me ahogué un poco, sí, pero duré más que la semana pasada. Seguí andando y, cuando recuperé mi respiración, volví a correr. Y corrí. Y seguí corriendo. Y cuando me di cuenta había dado media vuelta al parque corriendo. ¡Yo! ¡Más de 10 segundos! Y di una vuelta entera. Y luego otra. Y luego otra. Se terminó la hora y volví a casa. Miré la aplicación y me dijo que había estado corriendo ¡45 minutos! ¡Jódete, Cooper!
CONTRAS:
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Parece fácil: vestirse, ponerse las zapatillas, conectar el móvil y a correr. Pues no. El primer día tardé unos 20 minutos en conseguir prepararlo todo: enlazar el móvil con el sensor y con la aplicación. Además de conseguir poner el móvil en la funda de brazo y ponerle los auriculares. Vamos, como si fuera Pepe Viyuela, pues igual.
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Sentir que esto no es lo mío. Ver a todas esas personas pasándome corriendo, como si estuvieran andando y sin despeinarse, mientras que yo iba súper asfixiada. Me sentía, además de torpe, muy fuera de lugar.
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La báscula. Pensaba que después de unas dos o tres semanas saliendo a andar primero y trotando después, vería algo de movimiento en la báscula. Pero no ha sido así. Es cierto que se ha movido un poco hacia abajo y luego otro poco hacia arriba, así que más o menos sigue donde estaba. Soy consciente de que los cumpleaños de mi sobrina y del Mediano están muy próximos, pero pensaba que aún así la báscula me daría alguna alegría.
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Me he dado cuenta por las malas que no hay que salir nada más desayunar, aunque el desayuno sólo sea un taza de… lo que sea. Creo que por eso el último día no se me dio mejor.
PROS:
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He aprendido a no tener prisa. Ando como puedo y corro a la velocidad que puedo también. Intento que no me afecten otros corredores obviamente más expertos (y algunos también más jóvenes) que yo. Me da igual que incluso los pájaros se paren a verme pasar. Corro despacio, ¿y qué? Si he conseguido empezar a correr, aunque vaya lenta, quizás dentro de un mes adquiera más velocidad.
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Corro contra yo misma. Mi meta no es la San Silvestre vallecana ni ninguna otra carrera. Mi meta es moverme durante una hora tres días a la semana. Cuando consiga correr durante 60 minutos, me centraré en intentar correr algo más rápido. Cada paso que doy es una victoria contra mí misma.
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Me he dado cuenta que para mí el mejor momento para salir a correr es entre las 9 y las 9 y media de la mañana. Hay menos gente corriendo y menos gente paseando el perro (un día casi me caigo al cruzarse un perro con correa, la dueña no se dio cuenta y casi se me lía en las piernas… ya os digo, soy Pepe Viyuela total). Además, así llego a casa y me da tiempo a ir tranquila.
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El cansancio extremo y las agujetas de la semana pasada (cuando empecé a alternar las carreritas con sólo andar) han desaparecido. Ahora llego, me ducho y hasta me siento con ganas de hacer cosas. Ya no llego a la noche tan exhausta.
Como digo, mi siguiente objetivo es correr 60 minutos y, si lo consigo, aumentar el ritmo. Lo intenté el miércoles, pero no tuve éxito y sólo conseguir correr 20 minutos seguidos. Luego empezó a llover y dos días después aún sigue. Así que espero volver a salir la semana que viene. Ya os contaré.
Y perdonadme esta entrada más larga de lo habitual. Pero como es viernes, confío en el fin de semana para que os la podáis leer 😉
Por cierto, ¿alguien de por aquí corre? Cualquier consejo será bienvenido 🙂
Jejejeje, yo no corro porque casi no tengo tiempo, pero mi marido si que va casi todos los días y le encanta!!!
Te animo a que no lo dejes!!!
Yo soy una perra vaga y jamás he corrido.Como mucho voy a paso ligerito y con la excusa de que correr daña las articulaciones me ahorro el esfuerzo. Me parece un ejercicio dificilísimo y tremendamente cansado Yo soy más de acquagym, como la tercera edad.
como tú odio correr por una serie de complejos infantiles que todavía tengo y paso… además me salió la fascitis plantar (que suena mal y duele mucho) y me prohibieron correr y andar así que me dedico a la bicicleta estática… en casita.. llueva o haga sol y con la tele delante… se aguanta bastante 😉
Ánimo.. no lo dejes… conozco a muchos corredores y están más que felices con la actividad 😛
yo he empezado a correr este verano nunca antes lo había hecho, y estoy enganchada jaja. No soy nada experta para aconsejar pero yo no puedo comer antes de salir, me pongo fatal. Eso sí yo salgo de noche, después de acostar al peque, que me sienta mejor que por la mañana.jeje ya hablaremos a ver como vamos 😉